Por alguna extraña razón que no recuerdo, me encontraba en ese salón.
Paredes blancas me rodeaban, adornadas por unos cuantos cuadros de Miró y Picasso. Habían sillas de espera en algunos sectores, maceteros con plantas exóticas (já) rellenaban esas esquinas vacías del salón. Estaba sentado en una de las sillas, y junto a mi 3 personas más.
-Que raro, no entiendo nada.
Una mesita, una silla, un computador y muchos papeles sobre ésta.
-Mini oficina? Mini Secretaría? Pensé.
Fue cuando de la nada aparece ella y se instala. Discretamente la observé por un momento y luego desvié la mirada.
-Quizás me mire, soy un tanto tímido.
Pero mis ojos no soportaron el deseo de contemplarla. Fernanda era su nombre, lo decía su credencial en su pecho.
-Bonito nombre, pensé.
Sus ojos brillaban debido al efecto que causaban sus anteojos frente a la pantalla del computador, no pude ver el color de estos. Su fino rostro hacían que mi vista se centrara nada más que en ella. Tiene una sonrisa que me recuerda a mi niñez, no se, todo era tan fresco en ese entonces como el brillante cielo azul. Cabellera larga y oscura, me recuerda a uno de esos cálidos y seguros lugares de cuando niño me ocultaba hasta que llegara tranquilidad. Sin duda era la mujer más hermosa que había visto. Al verla sentada al frente mío, comencé a imaginarla, caminando junto a mi por ese parque donde la naturaleza y su color verde se manifiestan en su máxima expresión, paseando tardes completas a la orilla de la playa, esperando que el sol se oculte para admirar la noche sentados en las rocas. Miles de planes se me vinieron a la cabeza. Probablemente estoy loco, pero ella me ha dejado cegado. Sigo contemplandola con disimulo, de pronto miro al fondo de sus ojos.
-Por fin puedo ver esos ojos color pardo, preciosos.
Fue cuando me di cuenta que ella también me observaba y había descubierto mis dos grandes secretos...
- Su turno señor, el doctor lo espera.
- Gracias
...Mi larga Soledad y Amargura...